Eran bonitos días de invierno cuando trabajaba en aquel lugar del estado cuyo nombre no quiero recordar.
El jefe llama al teléfono enfadado y con prisa que no es usual:
– Iván?
– sí, diga?
– Ven a la puerta del primer piso inmediatamente!
– okey, voy para allá.
Mientras salgo apresurado me pregunto: ¿Habré hecho mal el informe de ayer? ¿Se habrá dado cuenta que los proyectos que emprendí no tenían futuro? ¿Se habrá enterado que tuve una discusión con la sexagenaria jefa de otra oficina por decirle señora en vez de señorita? Quizás algo peor, vinieron los del organismo del estado que nos envía el dinero y se fijaron que usar Linux como servidor en realidad no ayudó en nada… Llevo algunos papeles por si fueran requeridos.
Llego a la puerta principal y con el mismo humor me dice solamente «vamos!» Y le sigo hasta llegar a la puerta de una bodega a varias cuadras de ahí, sin perder el tiempo pide una botella de anisado de la mejor calidad y busca una mesa camuflada detrás de una cortina que esconde otras 5 mesas. No puedo salir de mi asombro y sin decir una palabra sigo mirando estupefacto siguiendo las indicaciones.
Una vez sentados, cual viajero sediento del desierto que ve un poco de agua y tiene oportunidad de tomarla, se sirve un cuarto de vaso adornado con cuadros utilizado generalmente para tomar cerveza (osea un cuadradito pues) y se la toma con tal avidez que quedo más sorprendido aún, luego de tal acto, estrella el vaso contra la mesa acerca el vaso hacia mi diciendo «ahora te toca».
Inmediatamente después su rostro se volvió en la calma total, como si ese poquito de anisado fuese el oxígeno que necesitaba luego de estar ahogándose. Ni bien toco temeroso la botella, trato de medir lo poquito que me serviré mientras me pregunta «¿Ya has tomado esto antes no?» No le respondo.
El primer trago de anisado se siente como fuego verdadero que te hace dar cuenta donde termina tu esófago y empieza tu estómago, los intentos de aplacar el ardor inicial son vanos. Ni siquiera he empezado a recuperarme del primer trago y ya tengo que empezar a tomar el segundo y me empiezo a preguntar si realmente necesita de un acompañante para saciar su sed alcohólica.
El tercer -o creo que ya era cuarto- trago ya tienen el camino más fácil y empiezo a degustar la razón por la que se hace llamar «anisado», es por el anís que empieza a notarse fuertemente también el excesivo sabor dulce que ya tomo como si fuera agua mineral.
En menos de 20 minutos terminamos la botella y empezamos el camino de regreso como si nada hubiera pasado. Subiendo las escaleras me topo con unos zapatos extravagantes que intuyo son del máximo jefe -no por los zapatos- sino por el enjambre de personas que buscan hablar con el justo detrás de él, detiene su camino, no levanto la cara y me hago a un lado, sigo subiendo torpemente cuando escucho «hola Iván!» Sin quitar la mirada de frente saludo lo más solemne que puedo y me abro paso entre la multitud.
Llego a mi oficina con la cabeza dando muchas vueltas luego de haber sido descubierto ebrio por el jefe de los jefes durante las horas de trabajo. Cierro la puerta como si hubiera matado a alguien y estuviera acorralado por la policía.
El pánico siguió por varios días pero «no pasó nada», finalmente no sé cómo me siento luego de -incluso de varios años- haber salido impune de una falta grave en el trabajo.
Vaya historia mi estimado amigo, sin embargo me quedo con una inquietud sobre la real intención de tu ex-jefe.
«No poder más con la abstinencia» le dicen